24 de noviembre de 2009

Ni me di cuenta

La Historia, nos dice Douglas Adams en sus novelas, no es un hilo tenso desde el pasado hacia el futuro, unidireccional y unifilar. Tampoco es un plato de espagueti, muchas historias independientes individuales entrelazadas, realidades paralelas entre las cuales se puede saltar u optar. No es una estructura arbórea, cada nodo una decisión, cada rama un futuro posible, y nosotros hormiguitas subiendo desde el tronco eligiendo a cada paso ir por un lado u otro, hasta caernos por la punta. La Historia, el Tiempo, nos dice él, es como una cinta de Moebius, que tiene una sola cara, y esa cara tiene una rugosidad, y está plegada de tal manera que cada saliente y cada sima de esa cara encaja con otra concavidad y protuberancia de otra punto de la superficie. No hay principio, no hay fin, no hay borde, pero es infinita, y cada parte encaja con otra como una suerte de rompecabezas fractal. Yo voy andando en moto y voy un paso más allá, y pienso, hecho sopa bajo la lluvia: ¿por qué hemos de dar por cierto la extrapolación del espacio al tiempo, y dado que una partícula no puede ocupar dos lugares al mismo tiempo suponemos que no puede ocupar dos instantes simultáneamente? Me imagino el Todo entonces visto a vuelo de Dios, como una estructura donde todos los lugares y todos los tiempos existen simultáneamente y la consciencia es la ilusión de ir ocupando determinados esquemas sucesivamente; pero el yo que escribe este artículo está entremezclado con el yo que lo venía pensando hace un rato, con el yo que nunca lo escribió, con el que lo escribió diferente y con el que ya lo terminó de escribir y estará cenando dentro de un rato. Es el concepto más complejo, fascinante y aterrador que he logrado captar jamás. Y ni me di cuenta.

20 de noviembre de 2009

Miedito (del 2006)

No es el miedo una sensación que me resulte muy conocida. No por valiente sino más bien por desinteresado. Las veces que tuve miedo fue más bien un miedo "físico". Recuerdo de joven -¡esa frase es de viejo!- con los amigos, cruzando El Río (va con mayúsculas, porque aunque es el río Negro, para los roquenses es El Río). Era tarde, cerca de las nueve. El sol acababa de caer tras la alameda. Estábamos del otro lado y habíamos pasado todo el día corriendo y nadando por ahí. Eramos como Tom Sawyer pero más pelotudos. A la vuelta nos agarramos de un tronco al cual atamos las remeras y las zapatillas y nos largamos a cruzar, fácil 100 metros de intempestiva corriente. El tronco, viejo y esponjado, comenzó a chupar agua y hundirse. Ya cerca lo largamos (en la maniobra perdí una Topper) e hicimos el sprint final hasta la costa, traicionera costa que parecía pasar rauda y que pese a su aparente cercanía no me ofrecía un fondo amigo donde hacer pie. Cada brazada era un último esfuerzo. Ya no podía más y me dije, "má si, hasta acá llegué" - casi podía tocar los yuyos de la orilla con la mano - y me largué. ¡Tonga! Pasé como plomo hasta el fondo y tragué dos litros de agua. Desesperado, salí a flote como pude y TUVE MIEDO. Hasta acá llegamos, me ahogo. Pero después hice la plancha un rato y al final pude llegar.
Otra vez, ya más grande, podría argüirse que más pelotudo incluso, en plena sierra cordobesa, abandoné la seguridad del llano, la pipa y el barrilete por culpa de la pendiente que, al otro lado del río Panaholma, me miraba desafiante. Intrépido y arrojado me lancé a la conquista, vadeando el río, subiendo por las piedras primero, por un camino de cabras después, trepando con uñas y dientes por entre los yuyos y las enramadas. Los motes burgueses, riñonera, celular, cámara de fotos, colgando de mi ya no tan esbelta humanidad, no me facilitaban la cosa. El engaño de la perspectiva hizo que lo que parecía un "fácil descenso hacia la izquierda" se conviertiera en hora y media de errar entre cornisas y desfiladeros, no era el Aconcagua pero 30 metros de caída libre, que no parecen mucho hasta que pensás que son 10 pisos, son suficientes para hacerte recontramierda igual. En un momento logré cruzar la cañada haciendo como en las películas, una pata contra cada pared de piedra, ya a ésta altura (valga el doble sentido) estaba todo arañado, transpirado, cagado de sed (llevar cantimplora es de puto, la verdadera cabra montez encara masticando maníes salados). Tanto esfuerzo para encontrarme que del otro lado la pendiente de piedra era infranqueable, las zapatillas apenas me sostenían sobre una cornisa inclinada casi a 45 grados, y allá abajo la nada, tenía un CAGAZO PADRE. No me animaba a cruzar para volver, no podía seguir, no sabía que mierda hacer, fantaseaba con llamadas telefónicas y rescates en helicópteros, el REY de los pusilánimes boludos. Al final, pude bajar haciendo culopatín por la piedra, acumulando aún más espinas y moretones.
Luego todo pasó, y el miedo es anécdota.
Pero existe otra clase de miedo, el miedo que no pude sentir porque era muy chico en el '76, el que si sentí cuando fue lo del Beagle con Chile y veía pasar los trenes cargados de pertrechos militares y tanquetas y hacíamos ejercicios de oscurecimiento y pasaban los aviones en vuelo rasante en la oscuridad, el que sentí cuando reeligieron a Mennneeemmmm y cuando volaron la AMIA y la embajada.
Y un poquito de miedito me da ahora por ejemplo escucharlo a Asis en la tele, ver que Blumberg sigue y sigue, mirar que millones de vacas teledirigidas van a San Cayetano, saber que la guerra de hoy es igual que la de hace tres mil años, y que el Hombre nunca aprende, que dos guerras mundiales y la bomba atómica y decenas, centenas de millones de muertos no sólo no nos enseñan nada sino que para algunos son motivo de orgullo, y que el fanatismo existe y está a la vuelta de mi casa. Eso y algunas cosas más, si te parás a pensar, quizás como a mi te den un poquito de miedito.

12 de noviembre de 2009

Chapter 10

The Universe, as has been observed before, is an unsettlingly big place, a fact which for the sake of a quiet life most people tend to ignore.
Many would happily move to somewhere rather smaller of their own devising, and this is what most beings in fact do.
For instance, in one corner of the Eastern Galactic Arm, lies the large forest planet Oglaroon, the entire "intelligent" population of which lives permanently in one fairly small and crowded nut tree. In which tree they are born, live, fall in love, carve tiny speculative articles in the bark on the meaning of life, the futility of death and the importance of birth control, fight a few extremely minor wars and eventually die strapped to the underside of some of the less accessible outer branches.
In fact the only Oglaroonians who ever leave their tree are those who are hurled out of it for the heinous crime of wondering whether any of the other trees might be capable of supporting life at all, or indeed whether the other trees are anything other than illusions brought on by eating too many Oglanuts.
Exotic though this behavior may seem, there is no life form in the galaxy which is not in some way guilty of the same thing, which is why the Total Perspective Vortex is as horrific as it is.
For when you are put into the Vortex you are given just one momentary glimpse of the entire unimaginable infinity of the creation, and somewhere in it a tiny little marker, a microscopic dot on a microscopic dot, which says "You are here".


The Hitchhiker's Guide to the Galaxy
Douglas Adams

9 de noviembre de 2009

Ellas saben

De acá




Durante años hemos creído que esas miradas estólidas, vacuas, escondían la Nada misma. Pero no; todo este tiempo hemos estado confundidos. Ellas saben. Las Vacas saben. No hay allí Ignorancia sino Certeza; no hay Vacío sino Seguridad. O quizás la confusión es peor aún, y esos términos son sinónimos. No sé qué me da más miedo, las afirmaciones de algunos humanos o el silencio de las reses. Piensenló (*) durante el próximo bife.




(*) ¿No hay palabras que deberían llevar dos tildes? "Piénsenló"