10 de marzo de 2013

Hambruna

De "El Libro Negro de la Humanidad" de Matthew White.
En 1874, una sequía en las provincias indias del noreste (...) estropeó la cosecha. La hambruna amenazaba a millones de desgraciados campesinos, pero el funcionario local, sir Richard Temple, actuó rápidamente y estableció un sistema modelo de bienestar para aliviar el hambre. Importó medio millón de toneladas de arroz de Birmania y lo repartió gratuitamente entre los pobres. Gracias a la pronta acción de Temple, tan sólo murieron de hambre veintitrés personas en aquella hambruna. Esta acción ha sido calificada como "el único operativo de ayuda británica verdaderamente eficaz del siglo XIX" Temple fue severamente reprendido por esta extravagancia de alimentar a los nativos hambrientos a su cargo. El diario Economist lo regañó por enseñar a los indios que "es deber del gobierno mantenerlos con vida". Fue despreciado por toda la clase gobernante por gastar el dinero público e inmiscuirse en el orden natural de las cosas. Humillado por las críticas, Temple aprendió la lección y quiso enmendar las cosas. La oportunidad no tardó en presentarse, en 1876, cuando las lluvias monzónicas dejaron de producirse en una inmensa zona. La tierra se secó y murió. Las cosechas se perdieron y el ganado se consumió. Cuando Temple se hizo cargo de la tarea de supervisar el operativo de ayuda de esta nueva hambruna, estaba ansioso de demostrar que podía mantenerse dentro del presupuesto. "Todo ha de subordinarse" -prometió - "a la consideración económica de desembolsar la menor cantidad de dinero necesaria para preservar la vida humana". (...) Los dirigentes nativos de la India (...) siempre habían almacenado la cosecha de los años buenos como colchón contra los años de escasez, pero bajo el dominio británico, las buenas cosechas de los años anteriores se habían exportado a Inglaterra. Cuando en 1876 se perdieron las cosechas, no había nada que pudiera sustituirlas. La acrestía elevó los precios poniéndolos fuera del alcance del indio corriente. Los comerciantes acapararon las provisiones de cereales con la esperanza de que los precios subiesen aún más. (...) Finalmente, el gobierno colonial estableció campos de trabajo donde los hambrientos construirían canales y vías férreas a cambio de comida. En aquella época predominaba la filosofía de que la ayuda había de ser difícil de conseguir para evitar que los pobres se convirtiesen en dependientes crónicos de las limosnas del gobierno. Los beneficiarios tenían que trabajar duro para obtener su ración, cavando zanjas y partiendo piedras. Los campos sólo aceptaban a los que se encontraban en buenas condiciones físicas y a los sanos para sus proyectos de obras públicas, y solamente contrataban trabajadores procedentes de lugares que por lo menos estuviesen a dieciséis kilómetros de distancia, con la idea de que una larga caminata eliminaría a los enclenques. Centenares de miles fueron rechazados porque estaban demasiado débiles para ser de alguna utilidad. Gran parte de las autoridades británicas coincidían en que ayudar a los pobres creaba un ciclo de dependencia. El ministro de Economía declaró: "Cualquier intento bienintencionado de mitigar los efectos de la hambruna y de las defectuosas condiciones de salubridad únicamente sirve para acrecentar los males resultantes de la superpoblación". Lytton esgrimía que la población india "tiene tendencia a aumentar más rápidamente que los alimentos que ella misma obtiene de las tierras", y que cualquier ayuda simplemente redundaría en una mayor reproducción sin restricciones. Un informe gubernamental posterior concluía: "SI el gobierno gastaba más ingresos en ayudas a la hambruna, una proporción todavía mayor de la población acabaría en la miseria". La ración (...) de los internos de aquellos campos de trabajo era (...) de 1627 calorías. (...) tenía 123 calorías menos que la ración que recibía un preso en el campo de concentración nazi de Buchenwald en 1944. La ración (...) consistente en cuatrocientos cincuenta gramos de arroz al día, sin carne ni verduras, era la mitad de lo que recibían los convictos en las cárceles indias. Temple y Lytton impusieron la Ley Contra las Contribuciones Caritativas en 1877 en todas las tierras bajo su control, prohibiendo cualquier donación privada de ayuda que pudiera rebajar el precio del grano establecido por el mercado libre. Esta ley estaba respaldada por la amenaza de encarcelamiento. Entretanto, mientras la población india se moría de hambre, se exportaron a Europa más de 300.000 toneladas de grano procedentes de la India. Los futuristas y los modernistas esperaban que la nueva y maravillosa tecnología de la era moderna, en particular el ferrocarril, hiciesen de la hambruna algo obsoleto, transportando alimentos a las zonas afectadas, pero en la práctica, tuvo el efecto opuesto. Las zonas mejor comunicadas con el ferrocarril fueron las que mas sufrieron, porque aquello permitía a lso comerciantes exportar las cosechas locales a mercados más lucrativos. (...) Un editor inglés trató de que sus periodistas investigasen qué estaba sucediendo en la India. "Durante largos y reiterados años pedimos la suspención [del impuesto a la tierra] en tiempos de hambruna, pero fue en vano. Al no haber ninguna ley de los pobres en el país, y con la vieja política de dejar que la gente salga del apuro o muera, como pueda ... nosotros y nuestros contemporáneos hemos de hablar sin reservas o ser partícipes de la culpa de los asesinatos multitudinarios cometidos por los hombres cegados ante la verdadera naturaleza de lo que están haciendo en el país" Un informe gubernamental de 1878 sobre la hambruna absolvió al gobierno de toda responsabilidad culpando enteramente al clima. La estimación oficial fue de 5,5 millones de muertos en territorio británico, sin contar los estados nativos, pero varios eruditos calcularon después que durante la hambruna de 1876 murieron en toda la India entre 8 y 10 millones de personas.

2 de abril de 2012

Encuentro y liberación

Dando vueltas en bici con Manu me pega el grito "¡Una tortuga!". Estaba en medio de la calle a la vuelta de casa, parece que venía del zanjón.
La "rescatamos" y la llevamos (bicho grande y malhumorado, tirando dentelladas, agarrado con una mano andando en bici, not easy).




Organizamos y partimos en camioneta hacia algún arroyo por el campo.




El momento cúlmine.



Agotados tras la larga tarde de ecologismo.




La yapa: exótica y milenaria cara sumergida en el fondo del arroyo. Para mi que la hicieron los mismos ovnis que andan por la laguna.

12 de febrero de 2012

La calzada

Hay la Alta Extremadura, o tierras de Cáceres, y hay la Baja Extremadura, que es Badajoz. Corre las tierras altas un río encajado: Tajo, por las bajas, Guadiana: un río divagante.
Un río, un camino... Muchos son los caminos de Extremadura. Caminos que van y vienen, y surcan, atrochan, riegan el mapa de las Extremaduras. Como de siempre, tienes el camino de piedra: la Calzada.
A un lado y a otro lado, siguiendo esta calzada, se te aparecen las ciudades, frutos de construcción entre cuyos muros presientes el legado -el alma- de la raza y todavía alienta la voz de los muertos.
Media docena de calzadas tendió Roma para comunicar esas ciudades. De todas sus calzadas yo me quedo -y por ella te echo a andar- con la Vía argentea o Camino de la Plata.
Primer meridiano de Extremadura, la Vía de la PLata sube en busca de Astorga, Asturica Augusta, Asturias de los cismontanos, donde la tierra es bermeja, pámpana el campo, y los pueblos rodean en ejido con lagares. Sobre la piedra antigua, la carretera corta secas barrancas de cardos.
Pero imagínate -no que vas- que vienes, a contra Calzada, y es un desierto de luna, blanco feldespato loco mirando a Tordesillas, turbión el Duero, revuelto, a sus pies.
Bien has visto cómo el Orbigo tuerce en servicio del Esla. También ellos andarían por aquí, Toral de los Guzmanes para abajo. Amasando tierras que tú no ves porque se las han bebido los embalses.
No te sales de la Calzada, y es esto: roja en Benavente, pedrera parda, áspera del Sayago. A la mano izquierda se expanden los campos de la Lampreana; a la derecha, el puente -la puente, se escribía- de Manzanal. Pasas, y en Zamora. Ciudad para estar, y hasta para quedarse, duele que ahí se te diga: "¡Vamos!"
Paralela, se descuelga la raya con Portugal. Cruzando el Duero, los nombres se nos confunden: sobre pizarras visigóticas, tú lees: Bajo León; y yo a la par: Alta Extremadura. Tierra de pan orilla el río; tierra del vino en frente, a la otra orilla. Se vislumbra, "alto soto de torres", Salamanca.


(Del libro "Extremadura, La Fantasía Heroica" de Pedro de Lorenzo)

Tan densas de historia, referencias, cultura, mito, citas, frases memorables, cada página, sus 360 páginas. Un libro para digerirlo la vida entera, mientra hace resonar como campana mi fibra extremeña, hundida, lejana y profunda, pero sensible a estos sones.

7 de septiembre de 2011

Under the Dome

Algo pasa con el libro. O quizás conmigo. No es que no esté bien: tiene todos los ingredientes stephenkingsianos que uno esperaría, una prosa dicharachera y llevadera, la historia está buena, los personajes como siempre magistralmente llevados al punto que uno cree conocerlos como amigos de toda la vida, el elemento sorpresa y la tensión que te lleva de punta a punta del libro. Pero algo. No sé. Quizás, como una especie de factor Fito Paez, que a esta altura del partido toca y canta como una especie de parodia de sí mismo, a esta altura del partido el tipo no puede evitar escribir sin afanarse un poco. Es más: por momentos me agarra la duda si el libro lo escribió el mismísimo Stephen King o en cambio S.K. Incorporated, una especie de factoría literaria que saca libros como chorizos manteniendo el estilo de la franquicia - dicen las malas lenguas que eso viene ocurriendo ya desde hace varios años. O seré yo que ahora leo de otra manera. Pero sin embargo no, porque la relectura de un Tommyknockers o un The Stand o It! qué groso, vuelven a tener casi el mismo gusto que la primera vez. Ya me conozco la historia y las anécdotas y los personajes y las vueltas de tuerca y las historias paralelas y concomitantes de memoria y sin embargo se bancan una relectura sin problemas, al contrario. Y la frutilla del postre agrio, me chocó miserablemente, en Under the Dome, el uso de la palabra "lackadaisically", no porque no la conociera (la conocia) ni porque su significado no se dedujera del contexto (se deducía) ni porque haberla buscado en el Webster no hubiera confirmado lo que sabía (lo confirmó), si no porque es una palabra horrible y además, perdoname que te diga Stephen, indigna de un libro tuyo, y muy bien habías hecho hasta acá en no haberla usado nunca. Apareció una vez en referencia a un ocaso y dije bueh, de vez en cuando un error de juicio estético cualquiera lo tiene; la encontré unas páginas más adelante y no pude reprimir un fruncimiento de labios, a la tercera vez ya protestaba en voz alta. En definitiva el libro se termina y me quedé con más bronca y resentimiento que disfrute por haberlo leído, y ahora que lo estoy releyendo aunque voy prevenido me la encuentro y puteo, me acerco al final (voy por la página 706) y meta chasquear la lengua, no hay caso che, no me va y no me va. Espero mejor a que salga la película y no me hago más mala sangre.

17 de agosto de 2011

La causa contra las lámparas de bajo consumo

Como en todos los órdenes de la vida, desde la taxonomía hasta la política, para cada posición existen defensores y detractores. El ciudadano de a pie se encuentra a menudo en la situación de tener que escuchar argumentos, esgrimidos a veces a los gritos, por ambas partes, que suenan igual de razonables. ¿Cómo se pone uno en situación de tomar partido? Primero aclaremos esta cuestión: ¿Hay que tomar partido y tener una posición tomada en todas y cada una de las cuestiones de la vida? Respuesta: sí. Prosigamos.
Realmente no sé cual habrá sido el real motivo impulsor de la desaparición de la lámpara de filamento, la vieja y querida bombilla común. ¡Y que luego hable de proscripción el PO! El motivo evidente y visible por supuesto es el ecológico: la lámpara de bajo consumo bueh, como su nombre lo indica, consume menos, por lo tanto hace falta talar menos hectáreas de Amazonas por día para mantenerla encendida. Analicemos entonces primero la cuestión con esa misma vara. Nos muestran una de las nuevas de 12W y nos aseguran que alumbra lo mismo que una de 60W. ¡Un quinto de consumo eléctrico para la misma cantidad de luz! Contra semejante diferencia no habria nada que debatir. Pero la eficiencia no es sólo el consumo, hay otros factores a tener en cuenta. El primero, el costo. A precios de supermercado de hoy la lámpara de bajo consumo ronda los 20$ (y a veces más) contra un par de $ la común. Para que sea amortizable debería tener una vida útil diez veces mayor. Es probable que el tubo fluorescente en sí mismo dure diez veces lo que un filamento; pero la experiencia personal me indica que lo que suele fallar en las lámparas de bajo consumo no es el tubo si no la electrónica interna. Por si no vieron como está construida una lámpara de bajo consumo, detallo: tiene un culote que esconde un (relativamente complejo) circuito electrónico que trabaja en alta frecuencia, con un pequeño transformador, que luego alimenta el tubo fluorescente en sí mismo. Ese circuito suele estar malamente diseñado y con componentes con tolerancias en el borde; es decir, propensos a fallas. Cómo se trata de una unidad sellada, la falla de un componente que vale centavos obliga a cambiar la lámpara completa a precio total. Acá viene otra cuestión: tanto para fabricarla, como para deshacerse de ella, una lámpara de bajo consumo es muchísimo menos ecológico que un inocente bulbo de vidrio con un alambre de tungsteno en su interior. Y por último está el asunto del "factor de potencia", es complejo de explicar sin entrar en arduas cuestiones referidas a la corriente alterna y el asunto de la fase cuando la carga es reactiva; para resumirlo digamos que un foco incandescente de 60W consume 60W y te cobran por 60W. Un bajo consumo de 12W consume 12W y te cobran por 12W (si tu medidor es fiable y está bien regulado) pero genera cargas adicionales y desfasajes sobre la línea de alimentación que "alguien" (normalmente, la empresa generadora y/o distribuidora) termina pagando a través de pérdidas en las redes que debe proratear en sus costos. Y todo esto sin entrar en la conspiranoia de que el polvo fluorescente que recubre el interior del tubo es cancerígeno así que si se te rompe una bajo consumo TE MORIS y esas cosas que le gustan a los yanquis. Y dejé para el final un asunto no menor como es el de la estética y el tipo de luz fría que dan esas lámparas, que a mi particularmente me resulta insoportable. Para poder ver igual de bien necesito ponerme un tubo fluorescente de lo grandes e iluminar todo como si fuera un quirófano y termino gastando más y con la vista y la cabeza quemada, cuando con un foquito de 60W estaba bárbaro.
Más datos, en inglés: http://sound.westhost.com/lamps/index.html

16 de agosto de 2011

Un Fuzz muy Retro


Libertad de expresión

Todo el mundo tiene derecho a ser un estúpido.

Y a realizar reclamos espúreos amparado en una ley que sirve para evitar que te copien un MP3.

Volveré a subirlo, redibujado de mi puño y letra, todas las veces que sea necesario.

Gracias!