24 de noviembre de 2009
Ni me di cuenta
La Historia, nos dice Douglas Adams en sus novelas, no es un hilo tenso desde el pasado hacia el futuro, unidireccional y unifilar. Tampoco es un plato de espagueti, muchas historias independientes individuales entrelazadas, realidades paralelas entre las cuales se puede saltar u optar. No es una estructura arbórea, cada nodo una decisión, cada rama un futuro posible, y nosotros hormiguitas subiendo desde el tronco eligiendo a cada paso ir por un lado u otro, hasta caernos por la punta. La Historia, el Tiempo, nos dice él, es como una cinta de Moebius, que tiene una sola cara, y esa cara tiene una rugosidad, y está plegada de tal manera que cada saliente y cada sima de esa cara encaja con otra concavidad y protuberancia de otra punto de la superficie. No hay principio, no hay fin, no hay borde, pero es infinita, y cada parte encaja con otra como una suerte de rompecabezas fractal. Yo voy andando en moto y voy un paso más allá, y pienso, hecho sopa bajo la lluvia: ¿por qué hemos de dar por cierto la extrapolación del espacio al tiempo, y dado que una partícula no puede ocupar dos lugares al mismo tiempo suponemos que no puede ocupar dos instantes simultáneamente? Me imagino el Todo entonces visto a vuelo de Dios, como una estructura donde todos los lugares y todos los tiempos existen simultáneamente y la consciencia es la ilusión de ir ocupando determinados esquemas sucesivamente; pero el yo que escribe este artículo está entremezclado con el yo que lo venía pensando hace un rato, con el yo que nunca lo escribió, con el que lo escribió diferente y con el que ya lo terminó de escribir y estará cenando dentro de un rato. Es el concepto más complejo, fascinante y aterrador que he logrado captar jamás. Y ni me di cuenta.
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Qué loco que las cosas más trascendentes de la vida de uno suelan pasar así, sin que nos demos cuenta...
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