11 de mayo de 2009

Samara

Samara era la mujer más fea del mundo. No es una apreciación subjetiva: así lo anunciaba en letras de molde el panfleto del circo en el cual trabajaba. Su número tenía un relativo éxito, quizás porque muchos pagaban su entrada para poder decir, "no, tal o cual es más fea". Sin embargo nadie dudaba, después de verla sentada en su silla, en su pequeña carpa. Así recorría el mundo, de pueblo en pueblo, y gozaba de una modesta fama. Por las noches, en algún lugar cualquiera, después de la función, se acercaba al boliche o bar o lo que fuese, y era inmediatamente reconocida. Muchos se acercaban a hablarle, a preguntarle que se sentía. "Nada", decía ella, que era la mujer más fea del mundo pero no era engreída.
Un día, en un rincón dejado de la mano de dios, un hombre pagó su entrada y entró a verla. "A mi no me parece fea", dijo. De hecho, el hombre se enamoró. Hubo algunas idas y vueltas en la historia de Samara y el hombre, barroquismos que no vienen al caso, pero al final ella aprendió a conocerlo y también se enamoró de él. Abandonó el circo y se casaron.
Ahora Samara vende celulares a comisión en un localcito en el centro. Ya casi nunca habla con nadie.

3 comentarios:

  1. Es cuestión de encontrar a la persona adecuada, parece.

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  2. Bueno, no sé VP, eso de no hablar con nadie está bueno. Para las cosas que dice la gente...

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  3. Yo me hubiera quedado en el circo, si total ahora es una fea mas.

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