29 de mayo de 2009

No puedo

No puedo volar. No puedo volver el tiempo atrás. No puedo resucitar a los muertos. No puedo hacer que la gente piense o deje de pensar lo que yo quiero. ¿Es un problema cultural no amigarse con la propia impotencia? Hace falta repartir muchos castañazos para provocar una ola de ahumildamiento (permítaseme el neologismo). No autoayuda, menos derechos, no religión, no le eches la culpa a Dios, el mercado no te va a ayudar, que sos, ¿el dueño de Techint, sos? Perdón, estoy muy irritado últimamente. Mucha tele, muchas noticias, mucho Vargas Llosa y notitas mala leche al embajador de Venezuela. Te juro que a veces me gustaría tener una mirada más distante o no tener que defender lo que no comparto o que la estupidez ajena me moleste menos: pero claro, todo no se puede.

11 de mayo de 2009

Samara

Samara era la mujer más fea del mundo. No es una apreciación subjetiva: así lo anunciaba en letras de molde el panfleto del circo en el cual trabajaba. Su número tenía un relativo éxito, quizás porque muchos pagaban su entrada para poder decir, "no, tal o cual es más fea". Sin embargo nadie dudaba, después de verla sentada en su silla, en su pequeña carpa. Así recorría el mundo, de pueblo en pueblo, y gozaba de una modesta fama. Por las noches, en algún lugar cualquiera, después de la función, se acercaba al boliche o bar o lo que fuese, y era inmediatamente reconocida. Muchos se acercaban a hablarle, a preguntarle que se sentía. "Nada", decía ella, que era la mujer más fea del mundo pero no era engreída.
Un día, en un rincón dejado de la mano de dios, un hombre pagó su entrada y entró a verla. "A mi no me parece fea", dijo. De hecho, el hombre se enamoró. Hubo algunas idas y vueltas en la historia de Samara y el hombre, barroquismos que no vienen al caso, pero al final ella aprendió a conocerlo y también se enamoró de él. Abandonó el circo y se casaron.
Ahora Samara vende celulares a comisión en un localcito en el centro. Ya casi nunca habla con nadie.

4 de mayo de 2009

La una de la mañana

Fin del trajín, ya la casa casi reposa silenciosa, cruje quizás algún marco, el vacuo pero omnipresente sonido de la calle llega indistinto desde todos lados. Es en este momento que escucho palpitar mi propio corazón, siento el flujo de la sangre en mi carótida y el pitido del oído derecho toma visos sinfónicos. En el caldero de la mente bullen las ideas como un barro espeso, y quien sabe por qué, aflora a la superficie el recuerdo de esto que escribí hace un tiempo. Ahora lo releí y no me lo acordaba así. Como siempre que acometo la autorelectura me doy cuenta que las buenas intenciones exceden lo finalmente escrito, que sin una exégesis de mi propio texto hecha por mi ni yo mismo capto el sentido completo de lo que quise decir. O sea, para entenderlo tengo que ser yo. Eso de la comunicación es mentira, vivimos en el más completo aislamiento. En fin, el punto es que me puse a pensar en el infinito, numéricamente hablando, me refiero. Por ejemplo (me dije, asombrado de mi propia agudeza mental) es posible eliminar, de un conjunto infinito, infinitas veces una cantidad infinita de elementos, y que aún asi el resultado sea infinito. Ffff qué complicado. A ver: tomemos los números naturales, 1, 2, 3, etc (ad inifitum; ja! qué jodón). Saltemos el uno. Tomemos el 2. A ese lo dejamos, pero ahora recorremos el conjunto eliminando los múltiplos de 2. (4, 6, 8...). Pasemos al 3. Lo dejamos pero eliminamos sus múltiplos (los que queden; el 6 ya no está: 9, 15 ...). Siguiente elemento, el 5 (el 4 ya no está), y así sucesivamente. Al rato, o esta mañana recapitulando, caí en la cuenta de que eso es la Criba de Eratóstenes, milenario método recursivo para hallar los números primos. O sea que de ingenio, nada. Y además me entró la duda. ¿En cada paso siempre se elimina un número infinito de elementos? ¿La cantidad de pasos puede ser infinita? La intuición me dice que si; pero me da una paja tremenda agarrar lápiz y papel y hacer la demostración formal. Así que nada, me quedé contando ovejas. Por suerte no fueron infinitas; habré llegado a quince o veinte nomás.