- Hágase la luz.
La voz me llegó distante, rasposa, envuelta en tules plagados de espinas, o quizás soy yo que he devenido en fakir, aunque los fakires se acostaban en camas con clavos, que yo sepa no hacen gárgaras de ácido ni se taladran el cerebro con tornillos de diez pulgadas ni les tiembla todo el aparato digestivo como si estuviera a punto de desgarrarse definitivamente, ésta vez.
Abrí los ojos y ahi lo vi, me miraba desde el umbral de la casona en San Telmo, yo estaba sentado contra un árbol. Un tenue aroma a basura matizaba el silencio de la madrugada porteña, madrugada del que labura no del que sale de parranda, cuando el sol aún no muestra su cara pero se insinúa en esa luminosidad celeste que tiñe el aire mismo.
- ¿Y, te gusta?
Enderecé el torso, quise mover las piernas pero el hipotético alambre de púas que las envuelve aún no se ha disuelto del todo, intenté enfocar la vista:
- Si me gusta que cosa.
Las conversaciones con linyeras en los portales de San Telmo durante las madrugadas no suelen ser de lo más brillantes, por lo general el intercambio de información se produce con los puños o con onomatopeyas, esta no parece apartarse mucho de los cánones establecidos, al menos en estas primeras frases. No puedo olvidar la primera que me dijo, sin embargo.
- El mundo, el Universo que te acabo de crear.
Me imagino el aspecto de mis ojos, enrojecidos, irritados, e intentando mostrar interrogación y extrañeza. El tácito requerimiento de mayor información se ve que fue bien entendido, me dice:
- ¿Sabés quien soy yo? ¿Sabés quien sos vos?
Intuí, tras los vapores alcohólicos que se iban disipando, que la pregunta venía con trampa. Intenté esbozar una perorata sobre la inconsistencia del ser; alguna vez escribí algo sobre eso, pero que ahora se resistía a fluir de mis labios. Cortó mis balbuceos en seco.
- No te hablo de metafísica, te lo digo en el liso y llano sentido que tiene esa expresión. Y para sacarte de esa agonía, te lo digo sin mas dilaciones: Yo soy Dios, y vos sos Adán, el primer hombre.
Lo miré, no tan confundido por lo que me acababa de decir como por lo florido de su lenguaje. Intenté conciliar la imagen, mejillas rasposas y rojizas, ojos acuosos por el exceso de alcohol, unas prendas que son el equivalente vestible de una villa miseria. Me paralizó por un momento la duda: ¿vale la pena continuar la conversación? Intenté ponerme en pie, pero mi cuerpo y yo tenemos disímiles pareceres. Resignado,
- Pero ...
- Pero que. Si te digo que soy Dios, soy Dios. Todos los argumentos que vas a intentar exponerme, yo los conozco, porque fueron creados por mi, al igual que vos, que te saqué del barro...
- Eso si te lo creo - le digo, echando una mirada a mi propio aspecto. Continúa inmutable, aunque un leve destello indefinido (¿cólera? ¿impaciencia?) se pinta en sus ojos. Con una pausa despectiva, sigue:
- ... que te saqué del barro, que te puse dentro un alma, que te ajusté en tu lugar como un engranaje, minúsculo por cierto pero no por ello menos necesario en el gran esquema de las cosas.
Toma aire, levemente agitado. La voz, aguardentosa, se demora en las palabras como si las paladeara, las deja caer lenta, morosamente. También puede que estuviera igual de pasado de etílico que yo. Su aspecto, recostado inmóvil, sus largos y desgreñados cabellos otrora blancos y ahora de un gris sucio que escapan por debajo de un gorro hecho mitad de lana, mitad de mugre, nada en él contradice la segunda proposición.
- Fueron creados por mi, igual que tus recuerdos, tus prejuicios, tus ideas, yo te acabo de dar la vida, mi soplo divino aún rueda por ésta calle, te he dado no sólo una vida, si no un entorno, te he dado un mundo, otros seres humanos, una historia bastante plausible, te di dinosaurios, ciencia, eras geológicas, te di mujeres, te di incluso el recuerdo de mujeres que sentís en primera persona para que sepas lo que te espera, te di ese escepticismo que creés tener.
- Maestro, le agradezco, pero se me parte el mate y yo...
- ¿No notás? ¿No sentís la fragancia de éste mundo recién creado?
Lentamente pasea la mirada calle arriba, y no me queda más que contemplar también. Fragancia, lo que se dice fragancia, sólo puedo oler a basura, a smog, mi propio sudor, un tenue y rancio aroma a vómito que puede ser mío o de Dios, las dos cosas son posibles, aún tengo náuseas y soy un tibio.
Por una de esas cosas de la vida, la calle que miro está vacía, ni un auto, ni un colectivo pasa, las luces de mercurio aún brillan, innecesarias ya, en la esquina el semáforo en amarillo intermitente rompe la ilusión de estar mirando una estática acuarela.
Pasan algunos minutos, que el día aprovecha para clarear un poco más, y que yo desperdicio recordando los puntos claves del Génesis del antiguo testamento. La creación, la mujer, la caída, la expulsión del paraíso. Me digo a mi mismo que es sólo curiosidad y le pregunto,
- ¿Dónde está mi Eva entonces? Quiero ser feliz junto a ella.
Me mira largamente.
- Eso que acabas de preguntar es, justamente, el pecado original que temías cometer. Fatuo, engreído, ¿que te hace creer que yo, habiendo creado algo como "la felicidad", te hubiera dejado fuera? Yo no soy un Dios que de felicidad. La felicidad como yo la entiendo, es estar vivo y saber que vas a morir, saber que no hay nada después, sufrir por lo que hiciste, pero también por lo que no pudiste hacer. Sufrir porque tenés y sabés que luego no tendrás. Estar solo. Estar acompañado. Lo eternamente efímero. Todo eso es felicidad, y todo eso ya lo tenés, como lo tienen todos. Una pena que no lo sepan aprovechar. Ese no es el objetivo de la vida. No es la dualidad entre felicidad y sufrimiento el imán que guía la evolución del hombre, el progreso del alma. La verdadera disyuntiva es entre Caos y Orden, y yo soy todo lo contrario al Caos. ¿Cómo hice si no, para sacar un Universo de la galera, del huevo cósmico, cómo romper la paradoja de la entropía del Big-Bang? No importan los detalles, crear "algo" de la "nada" es una cualidad únicamente mía.
Resoplaba, agotado por el derrame de furia divina.
- El pecado original, es ser humano entonces. - le dije, por hacerme el ingenioso y decir algo.
- Y su peor castigo, ser consciente de ello. No hace falta esperar a morirse para conocer el infierno, el infierno es ese instante fatal, que dura más que una promesa de eternidad entre las llamas.
Un entrechocar de botellas y latas me anunció que se estaba poniendo de pié. Por segunda vez, intenté levantarme, esta vez con mejores resultados. Nos miramos aún un instante más.
- ¿Dónde para el 29? - me preguntó.
Le señalé un poste, a mitad de cuadra.
- Ya sabía, pero quería saber si estabas atento. Ahora me voy, tengo que ir a mirar como fracasa mi creación.
El se fue y yo me quedé parado un rato, solo, eternamente solo, de nuevo solo, más solo ahora que nunca. A media cuadra de tu casa, donde anoche se terminó todo, donde me confesaste lo que yo ya sabía, donde te mentí y te dije que yo tampoco te quería más, en la vereda del bar que me vio emborracharme a consciencia, o inconscientemente, en éste caso es lo mismo.
Luego me di vuelta y me fui caminando despacio, pateando basuritas en la vereda, y me sentí verdaderamente expulsado del Paraíso. A mis espaldas, no era un ángel con una espada de fuego, pero el efecto era el mismo, era el sol sobre el río, y proyectaba mi sombra delante mío.
26 de noviembre de 2008
25 de noviembre de 2008
Crudo
Macri, la puta que te parió. ¿Qué pasa, te estás psicoanalizando, flaco? A ver: no podés terminar admitiendo que la Villa 31 es un barrio y que lo que corresponde es urbanizarla. Tampoco has de echarte para atrás con el "impuesto a los sellos", a.k.a. impuesto al consumo con tarjeta de crédito, aduciendo que "la medida cayó muy mal en los sectores medios". O sea: vos y yo tenemos IRRECONCILIABLES DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS. Todo paso que des en mi dirección, incluso cuando no los das y te quedás quieto sin irte cada vez más lejos hacia allá, hacia la derecha, hace que me tenga que replantear por un momento el odio visceral que te tengo. ¡Y qué sería de nosotros sin el odio visceral! O el amor incondicional, pongamos por caso. No. Yo quiero un mundo con los malos, malos, y los buenos, buenos. Ese mundo no tiene por qué ser razonable, ni mucho menos coherente. Yo me aferro a mi derecho a considerar que San Martín se tiraba pedos con olor a rosas, que Sarmiento nunca faltó al colegio, con Rosas fue el antecesor ideológico de Perón y que Perón fue lo más groso que le pasó a este país. No me importan, no pueden importarme los revisionistas que me vienen con que era mestizo, con que era un europeizante y despreciaba a los gauchos, con que era un asesino vil o un corrupto pro nazi. Léanlo bien: I-don't-care. Yo ya tengo mi idea formada. Me costó mucho armarla y no pienso cambiar una coma. En fin. Marginalmente también quería dejar asentada mi, ejem, "reflexión", sobre el asuntito de la copa Davis. Más que nada para poder leerlo dentro de un tiempo y arrepentirme. No es sobre la copa en si -menefrega- sino más bien sobre la gente que cifra sus esperanzas de felicidad en el desempeño deportivo de unos muchachos que se forran el orto con millones de euros. Bah. Ahora que lo escribo y lo leo me doy cuenta que no tengo nada que decir. Con dejarlo así, en borrador, me conformo.
20 de noviembre de 2008
Refrito
Advertencia: es posible que todo o parte del contenido aquí presentado sea viejo, reciclado, afanado, copiado, oído en el colectivo o remix de ideas viejas. Después de todo, ya se sabe. No hay nada nuevo bajo el sol. Y eso no lo quita el gusto a sentir como nos calienta la cara o leer por mil millonésima vez ¹ "La Tourneé de Dios" ²
¹ Quizás esté siendo un poco exagerado.
² Como se ve, el tema del mes parece ser "Dios". Fue una coincidencia. Aunque quizás valga la pena tomarlo como idea constante... digamos, eso de los meses temáticos. Ya veremos, o, como gusto decir: Alá proveerá.
¹ Quizás esté siendo un poco exagerado.
² Como se ve, el tema del mes parece ser "Dios". Fue una coincidencia. Aunque quizás valga la pena tomarlo como idea constante... digamos, eso de los meses temáticos. Ya veremos, o, como gusto decir: Alá proveerá.
19 de noviembre de 2008
Diluvio
Yo era agnóstico hasta que lo conocí a Dios, y me hice ateo. Yo lo conocí allá en Temperley, en la calle Zaragoza al fondo. Era un viejito bonachón, a simple vista decía llamarse Fermín, siempre con una camisa vieja y raída, pero limpia, y un enterito de jean. Los pelos largos, prolijamente desprolijos, la barba, la cara con la sempiterna sonrisa... ustedes se dan una idea. Nadie en el barrio le conoció nunca un laburo, y por lo que pude averiguar vivió siempre allí... quizás desde el principio de lo tiempos; aunque claro, él era Dios, eso podría haber sido hace cinco minutos. Cultivaba sus propias verduras en la quintita que tenía en el fondo, y repartía sus favores discrecionalmente: tanto un momento se mostraba servicial como al siguiente se negaba al más desesperado ruego. Así era Él, pero todos sabíamos en la barriada que en el fondo era un buen tipo. Lo que pasó no lo hizo de malo...
Yo supe que él era Él, una tarde de verano. Yo andaba mal, ahora no recuerdo qué, si algún problema de amores, o de trabajo, esas cosas a la distancia es como que se difuminan, lo que nos quita el sueño un día, a los pocos años no es ni siquiera una anécdota. La cuestión es que atardecía. Yo estaba en el porsch, dejando morir el día con una ginebra en la mano. El cielo, plomizo por el peso del calor y el smog, se oscurecía como mis pensamientos, minuto a minuto. En eso lo veo sentado ahí enfrente, en la penumbra de su casa, con la puerta abierta, a Fermín, que me miraba. Sin pensar en nada, le hice un gesto invitador con el vasito. Se levantó y parsimonioso, cruzó la calle y vino a sentarse al lado mío. "¿Una copita?" le dije, sin más preámbulo. "Cómo no, gracias", me contestó, fui adentro y volví con la botella de Bols y un vasito más, y mientras le servía me dijo, "¡Ah! el alcohol, uno de mis inventos más logrados". Entumecido como estaba yo, mucha bola no le di a esa primera afirmación, pero lo que siguió me terminó de convencer y despabilar. "Sírvase, maestro", le dije alargando el trasparente elixir. Agarró el vasito con la mano izquierda y se puso a tomar, callado, de a sorbitos. "¿Usted es zurdo?" le pregunté, tratándolo de usted con ese respeto que inspiran los viejos, y más Él en particular, no por nada sino por sacarle charla. "Es que la mano derecha es la mano de Hacer" me dijo, y la movió en un gesto imperceptible, indescriptible, que nunca le había visto hacer a ningún ser humano. La botella de ginebra aumentó repentinamente de peso en mi mano, y cuando la miré volvía a estar llena, cuando antes le quedaba apenas para un par de tragos más. "Tengo un par de amigos que matarían por tener ese gesto" le dije, en mi sorpresa, sacando cierta vena humorística. "¡Ho!¡ho!" se rió, con esa voz grave que tiene, "Pues no todo es tan fácil, cada gesto es un don y una responsabilidad, mirá" e hizo otro movimiento, un poco más amplio. Por un momento no pasó nada, pero al rato las luces de la ciudad ya cubierta por la noche se empezaron a reflejar en unas nubes que, salidas de la nada, cubrían el cielo. Minutos después, llovía, una lluvia agradable, densa, una bendición del cielo se podría decir con toda propiedad, que refrescaba el calor de aquella tarde de verano en que me convencí de que Fermín era Dios. "Así como vos te sentís agradecido por ésta lluvia, otros estarán puteándome". Dejó el vasito, se levantó y se fue. "Gracias pibe", masculló antes de cruzar la calle.
Al otro día ya no pensaba más en eso, mi problema de aquel entonces, el que no recuerdo qué era, me absorbía todo mi tiempo y mis energías. Y aunque luego cada tanto me acordaba, nunca me dio el cuero para hablarle, ni para ir a pedirle nada. Nunca hasta el día que empezó a llover. Mejor dicho, ese mismo día no: uno viviendo en Buenos Aires no se sorprende por un poco de lluvia. Ni por un día, ni por dos. Cuando íbamos por el tercero, cuando en los noticieros hablaban de anegamientos en toda la ciudad, de lluvias en el resto del país, me empecé a preocupar. Cuando pasaron dos días más y se supo que llovía en todo el mundo, decidí cruzar y hablarle. Chapoteando entre el agua que cubría la calle de cordón a cordón, fui y le toqué el timbre. Tardó en salir, pero yo sabía que estaba, por la puerta siempre abierta se veía una vela encendida sobre la mesa, consumida hasta la mitad. Al rato vino, caminando siempre tranquilo, de alguna habitación del fondo. "Juancito, tanto tiempo" me dijo. Habían pasado varios años desde aquella tardecita de ginebra. "Cómo le va, Fermín" empecé, de pura fórmula, y entonces le vi, la mano derecha, crispada al costado del cuerpo con aquel gesto incomprensible que ya había visto aquella vez, y que ahora aunque la tenía delante de mis ojos yo seguía sin poder comprender ni describir. "¿Qué pasó?" le pregunté, cabeceando hacia afuera, superfluas todas las explicaciones. "Ya ves. Me dio como un calambre... se me puso la mano así, y no me lo puedo quitar". Afuera redoblaron los truenos y el agua comenzó a caer con más fuerza aún. "Pero... ¿y qué se puede hacer?" le dije, fascinado en la visión de aquella mano que Dios extendía delante mío. "Y, nada, m'hijo... si yo no puedo hacer nada, ¿qué van a hacer Ustedes?". Sus ojos francos, su rostro tranquilo... Ese "Ustedes" fue tan amplio, lo sentí con el peso de miles de millones de almas en el mundo, me dio escalofríos. Sin mediar otra palabra, me di media vuelta, y me fui. La lluvia siguió... sigue aún. A Él no lo vi más, no se a donde habrá ido ni que le pasó. Ya los últimos edificios de Buenos Aires desaparecieron bajo el agua. Alguna que otra antena y la torre del Interama asoman aquí y allá. Miles, millones ya perecieron ahogados, suicidados, asesinados en los primeros disturbios, electrocutados mientras hubo luz, de hambre, infecciones, enfermedades... yo todavía aguanto, flotando agarrado a éste tablón, pero sin comida, cada vez más débil... ¡ves! Conociéndolo a Dios, cómo no querés que sea ateo.
Yo supe que él era Él, una tarde de verano. Yo andaba mal, ahora no recuerdo qué, si algún problema de amores, o de trabajo, esas cosas a la distancia es como que se difuminan, lo que nos quita el sueño un día, a los pocos años no es ni siquiera una anécdota. La cuestión es que atardecía. Yo estaba en el porsch, dejando morir el día con una ginebra en la mano. El cielo, plomizo por el peso del calor y el smog, se oscurecía como mis pensamientos, minuto a minuto. En eso lo veo sentado ahí enfrente, en la penumbra de su casa, con la puerta abierta, a Fermín, que me miraba. Sin pensar en nada, le hice un gesto invitador con el vasito. Se levantó y parsimonioso, cruzó la calle y vino a sentarse al lado mío. "¿Una copita?" le dije, sin más preámbulo. "Cómo no, gracias", me contestó, fui adentro y volví con la botella de Bols y un vasito más, y mientras le servía me dijo, "¡Ah! el alcohol, uno de mis inventos más logrados". Entumecido como estaba yo, mucha bola no le di a esa primera afirmación, pero lo que siguió me terminó de convencer y despabilar. "Sírvase, maestro", le dije alargando el trasparente elixir. Agarró el vasito con la mano izquierda y se puso a tomar, callado, de a sorbitos. "¿Usted es zurdo?" le pregunté, tratándolo de usted con ese respeto que inspiran los viejos, y más Él en particular, no por nada sino por sacarle charla. "Es que la mano derecha es la mano de Hacer" me dijo, y la movió en un gesto imperceptible, indescriptible, que nunca le había visto hacer a ningún ser humano. La botella de ginebra aumentó repentinamente de peso en mi mano, y cuando la miré volvía a estar llena, cuando antes le quedaba apenas para un par de tragos más. "Tengo un par de amigos que matarían por tener ese gesto" le dije, en mi sorpresa, sacando cierta vena humorística. "¡Ho!¡ho!" se rió, con esa voz grave que tiene, "Pues no todo es tan fácil, cada gesto es un don y una responsabilidad, mirá" e hizo otro movimiento, un poco más amplio. Por un momento no pasó nada, pero al rato las luces de la ciudad ya cubierta por la noche se empezaron a reflejar en unas nubes que, salidas de la nada, cubrían el cielo. Minutos después, llovía, una lluvia agradable, densa, una bendición del cielo se podría decir con toda propiedad, que refrescaba el calor de aquella tarde de verano en que me convencí de que Fermín era Dios. "Así como vos te sentís agradecido por ésta lluvia, otros estarán puteándome". Dejó el vasito, se levantó y se fue. "Gracias pibe", masculló antes de cruzar la calle.
Al otro día ya no pensaba más en eso, mi problema de aquel entonces, el que no recuerdo qué era, me absorbía todo mi tiempo y mis energías. Y aunque luego cada tanto me acordaba, nunca me dio el cuero para hablarle, ni para ir a pedirle nada. Nunca hasta el día que empezó a llover. Mejor dicho, ese mismo día no: uno viviendo en Buenos Aires no se sorprende por un poco de lluvia. Ni por un día, ni por dos. Cuando íbamos por el tercero, cuando en los noticieros hablaban de anegamientos en toda la ciudad, de lluvias en el resto del país, me empecé a preocupar. Cuando pasaron dos días más y se supo que llovía en todo el mundo, decidí cruzar y hablarle. Chapoteando entre el agua que cubría la calle de cordón a cordón, fui y le toqué el timbre. Tardó en salir, pero yo sabía que estaba, por la puerta siempre abierta se veía una vela encendida sobre la mesa, consumida hasta la mitad. Al rato vino, caminando siempre tranquilo, de alguna habitación del fondo. "Juancito, tanto tiempo" me dijo. Habían pasado varios años desde aquella tardecita de ginebra. "Cómo le va, Fermín" empecé, de pura fórmula, y entonces le vi, la mano derecha, crispada al costado del cuerpo con aquel gesto incomprensible que ya había visto aquella vez, y que ahora aunque la tenía delante de mis ojos yo seguía sin poder comprender ni describir. "¿Qué pasó?" le pregunté, cabeceando hacia afuera, superfluas todas las explicaciones. "Ya ves. Me dio como un calambre... se me puso la mano así, y no me lo puedo quitar". Afuera redoblaron los truenos y el agua comenzó a caer con más fuerza aún. "Pero... ¿y qué se puede hacer?" le dije, fascinado en la visión de aquella mano que Dios extendía delante mío. "Y, nada, m'hijo... si yo no puedo hacer nada, ¿qué van a hacer Ustedes?". Sus ojos francos, su rostro tranquilo... Ese "Ustedes" fue tan amplio, lo sentí con el peso de miles de millones de almas en el mundo, me dio escalofríos. Sin mediar otra palabra, me di media vuelta, y me fui. La lluvia siguió... sigue aún. A Él no lo vi más, no se a donde habrá ido ni que le pasó. Ya los últimos edificios de Buenos Aires desaparecieron bajo el agua. Alguna que otra antena y la torre del Interama asoman aquí y allá. Miles, millones ya perecieron ahogados, suicidados, asesinados en los primeros disturbios, electrocutados mientras hubo luz, de hambre, infecciones, enfermedades... yo todavía aguanto, flotando agarrado a éste tablón, pero sin comida, cada vez más débil... ¡ves! Conociéndolo a Dios, cómo no querés que sea ateo.
17 de noviembre de 2008
La existencia de Dios
La mayoría de los autorotulados ateos (o agnósticos, no me vengan con sutilezas a ésta hora de la madrugada) no descreemos de la existencia de Dios, sino más bien de su bondad o de que tenga un propósito rector para la existencia humana. Dicho de otra manera: uno no es ateo por no creer en Dios, sino por pensar que existe pero es un REVERENDO HIJO DE PUTA. De esta manera es más fácil conciliar la existencia de este Universo imperfecto con la de un Ser Supremo que todo lo sabe y todo lo puede. Así es como se explican aparentes paradojas como la que me vino a la mente esta mañana: ¿Por qué el pan dejado a la intemperie se seca, y en cambio las galletitas de agua no conservadas bajo siete canceles herméticos se humedecen? La existencia de un Dios benevolente causaría el efecto contrario: pan y galletitas seguirían como los dejamos, para ser consumidos en la plenitud de su gloria gastronómica en cualquier momento que nos parezca. La inexistencia de Dios, y por lo tanto un Universo regido por las Ciegas Leyes de la Naturaleza, causaría un efecto indiscriminado: o bien tanto el pan como las galletitas se secarían, o bien ambos irían humedeciéndose hasta disolverse en una pasta acuosa. El estado actual de cosas es, por lo tanto, prueba irrefutable de que Dios existe, pero es mal tipo, y que dedica sus ratos de ocio a llevar las moléculas de agua, una por una, del pancito de ayer a la criollita indefensa sin su paquete protector. Habráse visto.
12 de noviembre de 2008
Me caigo y me levanto
Sin siquiera haber cumplido una anterior promesa nunca formulada de continuar con un proyecto que nunca empecé, v.gr., algún blog anterior, voy a descoser el fondo del bolsillo a ver si puedo sacar un poco de pelusa.
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