26 de noviembre de 2008

Génesis

- Hágase la luz.
La voz me llegó distante, rasposa, envuelta en tules plagados de espinas, o quizás soy yo que he devenido en fakir, aunque los fakires se acostaban en camas con clavos, que yo sepa no hacen gárgaras de ácido ni se taladran el cerebro con tornillos de diez pulgadas ni les tiembla todo el aparato digestivo como si estuviera a punto de desgarrarse definitivamente, ésta vez.
Abrí los ojos y ahi lo vi, me miraba desde el umbral de la casona en San Telmo, yo estaba sentado contra un árbol. Un tenue aroma a basura matizaba el silencio de la madrugada porteña, madrugada del que labura no del que sale de parranda, cuando el sol aún no muestra su cara pero se insinúa en esa luminosidad celeste que tiñe el aire mismo.
- ¿Y, te gusta?
Enderecé el torso, quise mover las piernas pero el hipotético alambre de púas que las envuelve aún no se ha disuelto del todo, intenté enfocar la vista:
- Si me gusta que cosa.
Las conversaciones con linyeras en los portales de San Telmo durante las madrugadas no suelen ser de lo más brillantes, por lo general el intercambio de información se produce con los puños o con onomatopeyas, esta no parece apartarse mucho de los cánones establecidos, al menos en estas primeras frases. No puedo olvidar la primera que me dijo, sin embargo.
- El mundo, el Universo que te acabo de crear.
Me imagino el aspecto de mis ojos, enrojecidos, irritados, e intentando mostrar interrogación y extrañeza. El tácito requerimiento de mayor información se ve que fue bien entendido, me dice:
- ¿Sabés quien soy yo? ¿Sabés quien sos vos?
Intuí, tras los vapores alcohólicos que se iban disipando, que la pregunta venía con trampa. Intenté esbozar una perorata sobre la inconsistencia del ser; alguna vez escribí algo sobre eso, pero que ahora se resistía a fluir de mis labios. Cortó mis balbuceos en seco.
- No te hablo de metafísica, te lo digo en el liso y llano sentido que tiene esa expresión. Y para sacarte de esa agonía, te lo digo sin mas dilaciones: Yo soy Dios, y vos sos Adán, el primer hombre.
Lo miré, no tan confundido por lo que me acababa de decir como por lo florido de su lenguaje. Intenté conciliar la imagen, mejillas rasposas y rojizas, ojos acuosos por el exceso de alcohol, unas prendas que son el equivalente vestible de una villa miseria. Me paralizó por un momento la duda: ¿vale la pena continuar la conversación? Intenté ponerme en pie, pero mi cuerpo y yo tenemos disímiles pareceres. Resignado,
- Pero ...
- Pero que. Si te digo que soy Dios, soy Dios. Todos los argumentos que vas a intentar exponerme, yo los conozco, porque fueron creados por mi, al igual que vos, que te saqué del barro...
- Eso si te lo creo - le digo, echando una mirada a mi propio aspecto. Continúa inmutable, aunque un leve destello indefinido (¿cólera? ¿impaciencia?) se pinta en sus ojos. Con una pausa despectiva, sigue:
- ... que te saqué del barro, que te puse dentro un alma, que te ajusté en tu lugar como un engranaje, minúsculo por cierto pero no por ello menos necesario en el gran esquema de las cosas.
Toma aire, levemente agitado. La voz, aguardentosa, se demora en las palabras como si las paladeara, las deja caer lenta, morosamente. También puede que estuviera igual de pasado de etílico que yo. Su aspecto, recostado inmóvil, sus largos y desgreñados cabellos otrora blancos y ahora de un gris sucio que escapan por debajo de un gorro hecho mitad de lana, mitad de mugre, nada en él contradice la segunda proposición.
- Fueron creados por mi, igual que tus recuerdos, tus prejuicios, tus ideas, yo te acabo de dar la vida, mi soplo divino aún rueda por ésta calle, te he dado no sólo una vida, si no un entorno, te he dado un mundo, otros seres humanos, una historia bastante plausible, te di dinosaurios, ciencia, eras geológicas, te di mujeres, te di incluso el recuerdo de mujeres que sentís en primera persona para que sepas lo que te espera, te di ese escepticismo que creés tener.
- Maestro, le agradezco, pero se me parte el mate y yo...
- ¿No notás? ¿No sentís la fragancia de éste mundo recién creado?
Lentamente pasea la mirada calle arriba, y no me queda más que contemplar también. Fragancia, lo que se dice fragancia, sólo puedo oler a basura, a smog, mi propio sudor, un tenue y rancio aroma a vómito que puede ser mío o de Dios, las dos cosas son posibles, aún tengo náuseas y soy un tibio.
Por una de esas cosas de la vida, la calle que miro está vacía, ni un auto, ni un colectivo pasa, las luces de mercurio aún brillan, innecesarias ya, en la esquina el semáforo en amarillo intermitente rompe la ilusión de estar mirando una estática acuarela.
Pasan algunos minutos, que el día aprovecha para clarear un poco más, y que yo desperdicio recordando los puntos claves del Génesis del antiguo testamento. La creación, la mujer, la caída, la expulsión del paraíso. Me digo a mi mismo que es sólo curiosidad y le pregunto,
- ¿Dónde está mi Eva entonces? Quiero ser feliz junto a ella.
Me mira largamente.
- Eso que acabas de preguntar es, justamente, el pecado original que temías cometer. Fatuo, engreído, ¿que te hace creer que yo, habiendo creado algo como "la felicidad", te hubiera dejado fuera? Yo no soy un Dios que de felicidad. La felicidad como yo la entiendo, es estar vivo y saber que vas a morir, saber que no hay nada después, sufrir por lo que hiciste, pero también por lo que no pudiste hacer. Sufrir porque tenés y sabés que luego no tendrás. Estar solo. Estar acompañado. Lo eternamente efímero. Todo eso es felicidad, y todo eso ya lo tenés, como lo tienen todos. Una pena que no lo sepan aprovechar. Ese no es el objetivo de la vida. No es la dualidad entre felicidad y sufrimiento el imán que guía la evolución del hombre, el progreso del alma. La verdadera disyuntiva es entre Caos y Orden, y yo soy todo lo contrario al Caos. ¿Cómo hice si no, para sacar un Universo de la galera, del huevo cósmico, cómo romper la paradoja de la entropía del Big-Bang? No importan los detalles, crear "algo" de la "nada" es una cualidad únicamente mía.
Resoplaba, agotado por el derrame de furia divina.
- El pecado original, es ser humano entonces. - le dije, por hacerme el ingenioso y decir algo.
- Y su peor castigo, ser consciente de ello. No hace falta esperar a morirse para conocer el infierno, el infierno es ese instante fatal, que dura más que una promesa de eternidad entre las llamas.
Un entrechocar de botellas y latas me anunció que se estaba poniendo de pié. Por segunda vez, intenté levantarme, esta vez con mejores resultados. Nos miramos aún un instante más.
- ¿Dónde para el 29? - me preguntó.
Le señalé un poste, a mitad de cuadra.
- Ya sabía, pero quería saber si estabas atento. Ahora me voy, tengo que ir a mirar como fracasa mi creación.
El se fue y yo me quedé parado un rato, solo, eternamente solo, de nuevo solo, más solo ahora que nunca. A media cuadra de tu casa, donde anoche se terminó todo, donde me confesaste lo que yo ya sabía, donde te mentí y te dije que yo tampoco te quería más, en la vereda del bar que me vio emborracharme a consciencia, o inconscientemente, en éste caso es lo mismo.
Luego me di vuelta y me fui caminando despacio, pateando basuritas en la vereda, y me sentí verdaderamente expulsado del Paraíso. A mis espaldas, no era un ángel con una espada de fuego, pero el efecto era el mismo, era el sol sobre el río, y proyectaba mi sombra delante mío.

4 comentarios:

  1. Primero en serio: que buen relato, me agrado mucho la historia y la manera como la contaste.
    ¡Aplaudote!

    Segundo no tan en serio: leí San Telmo, 29 y pensé que era una anécdota luego de salir de la reunión.

    ¡Un abrazo! ¡Saludos a Eva!

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  2. Gracias chamigo.
    Ahora la cuestión va a ser ponerme las pilas para producir material que no tenga olor a naftalina. Difícil, igual. Con este calor... la murria de fin de año... en fin.

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  3. Y bueno, habrá que ponerse las pilas. Hay que levantar para que no decaiga. Feliz aniversario, mi amor.

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