Cipriano y Ramona se conocieron en Chajarí allá por el '56. Él era peón en la estancia de los Ortega Casals y ella entró a trabajar como doméstica. Un cursi podría decir que esos fueron los años más felices de sus vidas, pero para la gente humilde, sin grandes aspiraciones, la felicidad no es una exaltación, es apenas una ausencia de malas noticias. No tuvieron hijos, pero eso no los traumó, no necesitaron consultar con un especialista en fertilidad ni realizar una fecundación in vitro; de hecho, dudo que supieran siquiera lo que significan estas palabras. A medida que envejecieron, y perdieron la energía de la juventud, ascendieron en sus respectivos empleos, ganando si se quiere la lealtad de don Leopoldo y doña Violeta, más que nada por una cuestión de acostumbramiento. Atrás quedaron las recorridas a caballo arreando la hacienda, y el repasar con el plumero la porcelana, y se asentaron juntos en su puesto de caseros, teniendo como única expectativa el ver pasar tranquilos el último tercio de sus vidas. Pero por esas cuestiones del destino, los hijos de la familia Ortega Casals renunciaron a la vida de campo y se radicaron en Buenos Aires. Don Leopoldo y doña Violeta, a quienes el tiempo tampoco perdonaba, no quisieron quedar lejos de sus hijos, así que al poco tiempo liquidaron la estancia y se mudaron a un regio departamento en la calle Charcas, cuatro habitaciones más dependencias de servicio. Allá fueron también Cipriano y Ramona, refractarios sus ojos al encandilamiento de las luces de la gran ciudad, a vivir su vida de campo enclavados en el medio de la gran city.
Dicen que las mujeres son más longevas que los hombres, pero en este caso, doña Violeta tuvo a bien morirse al poco tiempo, no se sabe si para dar la nota como siempre le gustó, o de jodida nomás. La cuestión es que el departamento de la calle Charcas se hizo grande, mucho espacio vacío y muchos recuerdos para don Leopoldo, que nuevamente produjo liquidación de inmuebles, para gran satisfacción de sus hijos que recibían generosa tajada. Cipriano y Ramona, ya en edad de jubilarse, recibieron un pequeño departamento donde alojarse y una modesta aunque satisfactoria asignación mensual como compensación por tantos años de lealtad. Su existencia se tornó, si cabe, más gris aún, entumecidos en una cómoda rutina de no hacer nada, mirar la televisión y ocasionales paseos a la placita del barrio.
Pero en el fondo de la naturaleza del ser humano reside el ansia de cambio, una secreta e imperiosa necesidad de patear el tablero y tirar todo a la mierda, no siempre para mejorar pero por lo menos para mirar como vuelan los trebejos rotos en todas direcciones. Un buen día, Ramona le anunció a Cipriano, sin muchas explicaciones, que se iba, y se fue nomás. Lo que al bueno de Cipriano al principio le resultó incomprensible, tornó a aclararse tras un poco de reflexión y sobre todo por el hecho de enterarse de que Ramona había ido a calmar la soledad de los últimos años de don Leopoldo. Y así este buen hombre se quedó sin compañía, y salió a buscarla caminando por esas calles anónimas y frías, dándole su calor, su alimento y sus pocas monedas a los indigentes que pueblan las áridas veredas, llenas de gente y vacías de almas. Primero una vez, como de casualidad, luego más frecuentemente, durmió a la intemperie, cada tanto volvía al departamentito, pero no había ya nada ahí que lo retuviera, y gradualmente se fue mimetizando con aquellos a quienes asistía, hasta que ya no se lo pudo distinguir de otro linyera cualquiera. Y así lo encontró la muerte una noche de agosto, acurrucado en un portal junto con un desconocido al que le pagó una botella de vino, a pocas cuadras de donde Ramona sin remordimientos, velaba la inminente muerte de su ex amante, su patrón, su actual compañero, don Leopoldo.
Está bastante bien. Si fuera el jurado de algún concurso literario capaz que lo elijo.
ResponderEliminarGuión para unas vidas, y también para un cortometraje eh? A mí me gustaría ver esto filmado. Cariños!
ResponderEliminarA mi también. Lo que pasa es que por más que espero, todavía no viene ningún productor y/o director independiente a tocarme la puerta y preguntarme si no tengo un guión que me gustaría ver plasmado en celuloide. Así anda este país, como querés que progrese el arte, en fin.
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