6 de mayo de 2010

Fondito

No se me puede -o sí: hagan lo que quieran- acusar a mí justamente, ¡a mí! de consumista. Tengo en mi haber una larga lista de juntamientos de mugre, reaprovechamiento de objetos para variadas funciones, recolecciones en la vía pública, utilización de bienes muebles e inmuebles mucho más allá de la vida útil estimada (o soñada) por el fabricante, reciclados varios y fabricación de caballitos para niños con palos de escoba.
Pero: ¿qué tienen en común el desodorante, el champú[1], el dentífrico, la coca cola o el jugo incluso, el poxirán, y tantas cosas más? A saber, o sea, sépanlo: la posesión de alguna cualidad metafísica que se desvanece al irse acabando la cosa. No estoy hablando del gas de la cerveza, ausente en el último e intomable cuarto de litro; ni de la temperatura, que se podría recuperar a su valor legar poniéndola en la heladera; ni tampoco de la natural evaporación del algún solvente.
Pero supongamos, que hace ya un mes venimos exprimiendo ese último, asintótico e infinito resto de dentífrico del pomo: ya no lava como antes, ni nuestros dientes quedan tan frescos ni blancos como en la primera aplicación de pasta virgen. O nos echamos unos últimos y borbotantes rastros de Axe Musk en el sobaco en la esperanza de que nos mantendrán -relativamente- inodorizados o al menos disimulados durante el día: pues no, a mediatarde ya apestamos. Las última eyaculaciones del shampoo[1], esas que deberemos arrancar del pomo entre imprecaciones a la madre que nos parió y a la fallida lista del supermercado y a nuestra maricona debilidad capilo-cutánea que hace que si no nos refregamos la saviola con _ese_ exacto y específico producto "Marote&Hombros" que descubrimos recién a los veinticinco años de edad andemos por la vida como si tuviéramos un rallador de queso en el cráneo, esas últimas, decía, ya no nos dejarán nuestra melena (y barba y bigote y cara) suaves y desengrasadas con la misma efectividad, y etcétera.
Es decir, que más allá de las explicaciones físico-químicas del caso, aun queda, como en los UFO, un porcentaje de agravio sin explicar. Ahí es cuando entra mi propuesta, de que, digo, de que los fabricantes sabedores de la inefectividad y falencia del último tanto por ciento de su producto, estén obligados a empacar -y señalar claramente en el envase- la línea debajo de la cual se considera "fondo" de la cosa y ya la podemos tirar a la remismísima mierda.
Chau, me voy a seguir trabajando por la grandeza de la Patria. Buenas noches.




[1] Shampú, champú, yampoo, champ-u o como tonga se le quiera decir.

1 comentario:

  1. Podría hacer una larga lista de objeciones, pero mejor, lo dejamos ahí. Te amo cossssssito.

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